jueves, 6 de marzo de 2008

Parashat Pekudei

Sábado 8 de marzo

Rabino Yerahmiel Barylka


Con la lectura de esta semana finalizaremos nuevamente el libro Shemot, al que Ramban –Najmánides- llamó el libro de la Redención, o sefer Hagueulá. El texto continúa el Génesis y finaliza con la construcción del mishcán que atestigua la fidelidad renovada de los judíos al D-os de Israel.
El libro que había comenzado con el reino del tiempo con el establecimiento del primer mes de nuestro calendario (Shemot 12:2), finaliza con el establecimiento del reino del espacio provisional hasta la obtención del espacio definitivo en la Tierra de Israel. Todo ello en un tiempo record.
Ya Ibn Ezra nos dice que el mishcán fue erigido el primer día del mes primero, y el Primer Templo lo fue el segundo del mes segundo, como marcando la continuidad en nuestra vida como pueblo. Como que todo lo que construimos después está basado en ese primer mishcán.

Pero, entre tantos detalles del mishcán, la primer parte de la parashá semanal se dedica a la presentación del informe especial que Moshé brindara al pueblo, acerca de los manejos del oro, la plata y el cobre que fue empleado en la construcción del mishcán. Luego nos cuenta acerca de la bendición como resultado de que "los hijos de Israel hicieron toda la obra conforme a todo lo que H' había ordenado a Moshé. Y Moshé examinó toda la obra, y he aquí, la habían llevado a cabo; tal como H' había ordenado, así la habían hecho. Y Moshé los bendijo" (Shemot, 39:42-43).
Hay aquí una maravillosa combinación del pueblo, con la shejiná, con la orden recibida, como que el dicho talmúdico de Brajot 45 a, que nos indica que se debe tomar en consideración lo que el pueblo acostumbra, se hubiera hecho realidad. Como en este caso, por intuición, como nos dicen los sabios, fueron intuyendo solos las medidas que debía tener ese santuario.

Pero, hay aquí otro principio deseado por el pueblo, aunque no fuera explicitado, que es el de la rendición de cuentas de parte de los dirigentes. Moshé que a su sabiduría tenía un gran conocimiento de la psicología del pueblo de Israel, intuye que debe hacer un acto fundamental y por eso, se detiene a hacer un balance más que minucioso de todo lo que hizo con el oro, la plata y de todas las donaciones que recibiera para el mishcán. Moshé enumera incluso hasta los detalles más nimios y los objetos de menor valor.
Con ello nos brinda una lección maravillosa: Todo aquel que se ocupa de la cosa pública debe rendir cuentas.
El servidor público debe tener la vocación de servir al prójimo y a la sociedad y tener las manos limpias. No deben esperar que les exijan los informes, balances y reportes. Deben brindarlos.

De pronto a Moshé las cuentas no le salen bien... Hay una diferencia de mil setecientos setenta y cinco siclos. Ingresaron pero no encuentra en qué fueron gastados. Y se encuentra muy incómodo, como si oyera el cuchicheo detrás de su espalda de la gente que podría pensar que su riqueza se debe al mal manejo de los bienes colectivos y públicos. Pero, Moshé se ilumina y recuerda que no había apuntado el gasto menor de los clavos y goznes que había sobre las columnas, y su corazón se alegra porque ahora sí su balance está equilibrado. El conductor del pueblo y de la comunidad no puede despreciar ni siquiera los pequeñísimos gastos de la caja chica. Aquellos que si se tratara de la economía del hogar no se molestaría en reparar en ellos.

Es sumamente aleccionador destacar que también Moshé puede equivocarse en las sumas y restas, pero, no puede descansar hasta averiguar dónde se equivocó. No puede permitirse despreciar ni siquiera el gasto insignificante.
La parashá nos enseña que así como el Gran Maestro actuó debemos hacerlo nosotros también y no sólo en la administración de los bienes públicos sino también en la tutela de un bien que no nos pertenece y cuya importancia no valoramos, que es nuestro propio tiempo. Quizás preparándonos para la lectura del Shemá antes de dormir, debamos actuar como Moshé y revisar que hicimos con los bienes que nos concedieron: los preceptos y las acciones y ver si no estamos cerrando el balance sin verificar las sumas y las restas. No sea que nos olvidamos de "clavos y goznes" que no valoramos lo suficiente y estamos en déficit.
Ese balance no es pasivo. Si no encontramos manera de ahorrar el gasto dispendioso del tiempo, y de aumentar considerablemente nuestros ingresos de buenas acciones, tampoco servirá el balance, aun cuando hayamos comprobado que las sumas fueron correctas.

Al otro día nos despertaremos con el corazón alegre, sabedores que vamos bien. No tendremos el temor de recibir el llamado de nuestro "banquero" que nos dice que nos van a cerrar la cuenta porque nos excedimos en el gasto y se nos acabó la cobertura del crédito que nos concedieron.
Nosotros debemos aprender de nuestros maestros.
Moshé, en esta parashá nos da una lección que si la siguiéramos nos permitiría ser más justos, más judíos y más felices.
Y su bendición, dada para quienes supieron hacer el mishcán, podría ser dirigida también a nosotros, que la necesitamos, no menos que ellos, nuestros antepasados.

Shabat Shalom, desde Sión,