jueves, 12 de julio de 2007

Parashat Matot Masei

Por el rabino Yerahmiel Barylka

En las tres semanas que van desde el 17 de tamuz hasta el 9 de av, conocidas con el nombre bein hametzarim – entre las angosturas del asedio-, (yo prefiero traducirlas, las tres semanas de bloqueo) denominación tomada del libro de Eijá – Lamentaciones-, se acostumbran diversas acciones que recuerdan la destrucción del Templo de Jerusalén. En esos días se leen haftarot que contienen diversas profecías, referidas a la destrucción y a las causas que la provocaron.

Desde el primer día de av, según la costumbre ashkenazí o desde el primer día de la semana en la que acaece el 9 de av según la tradición sefardí, reducimos toda acción que conlleve alegría, incluso las negociaciones, la construcción y las plantaciones. No se acostumbra ir al mar, o a la alberca, ni lavar la ropa o plancharla. Ni siquiera bendecimos la luna nueva. Y no porque ello traiga mala suerte, como algunos piensan, sino a causa que el duelo por la destrucción debe ser lo suficientemente tangible como para no pasar desapercibido en lo cotidiano.

Después de Tishá Beav, comienzan las siete semanas de consolación en las que se leen haftarot con profecías de Ieshaiahu. También este shabat, como el pasado, la lectura pertenece al profeta Irmiahu que contiene versículos de la destrucción y de consuelo. En la haftará de este shabat leemos: "Y no dijeron: ¿Dónde está H', que nos hizo subir de la tierra de Egipto, que nos hizo andar por el desierto, por una tierra desierta y despoblada, por tierra seca y sombría, por una tierra por la cual nadie pasa, ni nadie se asienta?" (2:6), finalizando, en la mayoría de las sinagogas, con el versículo 4 del capítulo siguiente: "A lo menos desde ahora, ¿no clamarás a mí, Padre mío, el amigo de mi juventud?".

En pocas generaciones los judíos habían olvidado la antes tan predominante Presencia divina. Ya que de otra manera, seguramente no se hubieran apartado del camino al extremo de traer sobre sí mismos la destrucción. Este shabat leeremos las parashot Matot y Masey con las que finaliza el libro de Bemidbar, trayéndonos las últimas referencias al largo viaje y a las rebeliones de nuestros antepasados por el desierto que se extendió por 40 años. Es evidente que la lista con esos detalles y lugares geográficos que la mayoría de los que asisten a la lectura de la Torá ni siquiera saben dónde están ubicados, es larga y aburrida. La Torá que no tiene ni una letra que sobre o que falte, hubiera podido saltearse esos detalles. Sin embargo, las enumera hasta el cansancio. Rambam, (este gran sabio nacido en 1138 en Córdoba, España y fallecido a fines del año 1204, hace poco más de ochocientos años, nos salva nuestra perplejidad, cuando nos dice que todos los milagros y maravillas que sucedieron fueron reales para la generación que los presenció, pero las que siguieron, no pueden percibirlas propias sin un recordatorio. Rambam temía al olvido de aquellos que no habían estado allí. A ello debemos agregar que el mismo Rambam destaca que el largo peregrinar por el desierto no fue porque los ex esclavos no conocían el camino de salida, sino que allí quedaron –al pi H'- por decisión divina y que los lugares enumerados permiten ilustrarnos más que claramente que no se movían como los beduinos que siempre encuentran sustento guiados por su perspicacia histórica en el desierto. Hubo allí una decisión que los obligó a permanecer allí y nosotros debemos ser conscientes de ella.

Nuestra realidad, varios siglos después que el eximio filósofo escribiera sus palabras, es mucho más grave. En nuestros días, no recordamos pocos meses después, las maravillas y portentos que vivimos, como tampoco somos capaces de guardar en la memoria las desgracias más terribles por las que pasamos. Cierto, la desmemoria tiene ventajas. Sin ella nuestra existencia sería muy difícil. Nos limpia el camino de los dolores del pasado. Nos permite mirar al futuro. Pero, si bien ello puede ser válido en el nivel personal, no lo es en el nacional. Ello es lo que nos trata de decir Maimónides: dejen marcas claras, imborrables, concretas de los sucesos constituyentes del pueblo judío, que sirvan para evitar la desmemoria colectiva y los intentos de quienes desean reescribir la historia. Cuando en nuestros días el mundo islámico trata de borrar todo rastro judío en el Monte del Templo y nos acusa, como en tiempos pretéritos, de haber falsificado las escrituras para demostrar nuestros derechos, no hace nada nuevo. La historia es siempre escrita por los vencedores y la mentira de tanto ser repetida se hace "verdadera" aún cuando vaya contra la naturaleza e intente demostrar lo indemostrable. En nuestra época hay también intentos de reescribir el presente y esos intentos no sólo vienen de lejos sino también de nuestras propias filas.

Peor aún, cuando todavía se encuentran entre nosotros sobrevivientes del Holocausto, muchos de ellos con sus números indelebles grabados en su piel, aumentan quienes desean desmentirlo y logran crear la confusión entre propios y extraños. Si no recordamos lo que es el presente de muchos que se encuentran entre nosotros, no podremos recordar el pasado de quienes ya no están.

Por eso viene la haftará de esta semana a completar la larga enumeración geográfica de las expediciones de la generación del desierto que ni siquiera pudo ingresar a la tierra prometida, reclamando que las personas que vivieron en el tiempo anterior a la destrucción del Primer Templo "no dijeron: ¿Dónde está H', que nos hizo subir de tierra de Egipto, que nos hizo andar por el desierto, por una tierra desierta y despoblada, por tierra seca y de sombra de muerte, por una tierra por la cual no pasó varón, ni allí habitó hombre?", ya que si lo hubiera podido decir hubieran alejado la destrucción.

Pero… en esas tierras desiertas y desoladas, secas y lóbregas, por la cuales no pasó individuo, ni moró hombre, vagamos en muchos momentos de la historia y sin embargo, pudimos salir de allí y prepararnos para la Redención.

Por eso mismo, el profeta, en la lectura de la semana anterior, nos habla de la otra memoria, del otro recuerdo amable: "De ti recuerdo tu misericordia juvenil, del amor de tu desposorio, cuando me seguiste en el desierto, en tierra en que nada se siembra". Teniendo presente el pasado, garantizamos el presente y nos preparamos para un futuro mejor. Para la Redención verdadera que llegará con amor y misericordia, en nuestros propios días.

Shabat Shalom desde Sión.