jueves, 25 de octubre de 2007

Parashat Vaiera

Sábado 27 de octubre
Rabino Yerahmiel Barylka


El motivo de la akedá –la atadura o amarradura- de Itzjak es uno de los más apasionantes de las Escrituras y aparece en nuestras oraciones, en nuestra tradición, en el arte, y en nuestras fantasías y sueños.
Es considerado el máximo ejemplo de la fe. Después de todo, una anciana mujer estéril consigue, al fin, lograr su anhelo de ser madre y el padre que ama a su hijo, al único de su vejez, debe atarlo y llevarlo a un altar, porque se lo piden su fidelidad y su amor a D-os.
Nuestros sabios, que vieron en el relato la muestra suprema de la lealtad, se permitieron preguntar y responder aquellos interrogantes que la mayoría de las personas no asienten plantear.
¿Cómo es posible que el primer monoteísta no dudara en conducir a su hijo hasta el altar y atarlo, tal como solían hacerlo los paganos de su época y aquellos que les siguieron en la mayoría de las culturas idólatras?
En las respuestas, muchos encontraron, nuevos elementos para certificar la fe absoluta de Abraham no sólo en el Creador sino en Su promesa de un pueblo futuro que surgiría de sus entrañas.

¿Cómo es posible que Abraham no percibiera lo que la Torá prescribe? Tanto en Vaikrá 18:21: "Y no des hijo tuyo para ofrecerlo por fuego a Molej; no contamines así el nombre de tu D-os…" como en Devarim 18:9-10: "Cuando entres en la tierra que te da H' tu D-os, no imites las costumbres abominables de esas naciones. Nadie entre los tuyos deberá sacrificar a su hijo o hija en el fuego; ni practicar adivinación, brujería o hechicería", son mensajes más que claros. Es obvio que Abraham sabía que ésa, la de sacrificar a los hijos, no era la línea del judaísmo.
El Talmud en Taanit 4 a, intenta quitar el parecido entre la akedá de Itzjak y los sacrificios relatados en las Escrituras cometidos por otros padres, evidentemente preocupado por el enfrentamiento entre la moral humana tal como es captada por la inteligencia y la concepción de la fe, que pueda entrar en conflicto con ella.

La guemará distingue claramente entre la predisposición de Iftaj de sacrificar a su hija, cuando salió a recibirlo después de la batalla y la del hijo del rey de Moav, con Abraham y las distingue perfectamente.
El rey de Moav, "al ver que perdía la batalla, se llevó consigo a setecientos guerreros con el propósito de abrirse paso hasta donde estaba el rey de Edom, pero no logró pasar. Tomó entonces a su hijo primogénito, que había de sucederlo en el trono, y lo ofreció en holocausto sobre la muralla". (Ver II Melajim 3: 27).
A Abraham, no se le ordenó degollar a su hijo sino "elevarlo allí", y a Abraham, le ordenaron expresamente "No pongas la mano en el niño, no le hagas nada" – ni un rasguño, ni una rasgadura. El suspenso del texto se disuelve con el final feliz. Se acabó la prueba. Empieza la vida.
Recordemos que Itzjak le dijo a Abraham: "— ¡Padre! —Dime, hijo mío. —Aquí tenemos el fuego y la leña; pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto? —El cordero, hijo mío, lo proveerá D-os —le respondió Abraham", (22:7), como que presintiendo lo que sucedería y proyectando su deseo de la aparición de un sucedáneo.

El rav Abraham Itzjak Kuk, de bendita memoria, expresaba que si el temor a lo celestial desplaza a la moral natural, no es puro. Pese a que, la moral humana es relativa y puede interpretarse controversialmente. Analicemos, por ejemplo, la afirmación de Reish Lakish, que "aquel que se compadece de los crueles, se vuelve desalmado con los piadosos" para percibir la relatividad de la expresión y las dificultades espirituales que podría provocar a quien intente aplicarla textualmente.
Pero, la ética, tal como es percibida por las personas, debe prevalecer frente a lo que es descubierto como temor celestial, excepto, haya, como en este caso, un mandato preciso, inequívoco, personal, y categórico. Hay que poner orden en la cabeza cuando alguien desea violar una norma alegando principios de fe que no fueron prescritos específicamente, y no dejarse llevar por ese argumento.
Abraham tuvo que enfrentarse al dilema de cómo actuar frente a su otro hijo, Ismael, su primogénito, al que termina desheredando y expulsando, porque su conducta no condecía con los preceptos de conducta elevada que él mismo predicaba, entre ellos, el de no ser un salvaje asesino, un " pere adam". Y, también allí, debe recibir una instrucción precisa para actuar contra su concepción y percepción de lo correcto, después de haber aceptado la revelación de D-os.

Lo revolucionario del mensaje de nuestra parashá, es que Abraham decidido a aceptar la voz de D-os que pide el sacrificio de su hijo, tal como lo había visto en la casa de su padre, en el país de su nacimiento y formación, del que había salido en su lej lejá, tiene la grandeza de oír y aceptar la voz que le dice: ¡Alto!
Quizás, en ese preciso momento, haya podido comprender totalmente el mandato de abandonar lo que podría ligarle a su cultura anterior. —"Aquí estoy, —respondió. —No pongas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas ningún daño —le dijo el ángel—. Ahora sé que temes a D-os, porque ni siquiera te has negado a darme a tu único hijo" (Bereshit 22:12). Ahora está claro. La prueba fue exitosa. Abraham, entiende la contraorden, pese a que también el Midrash intenta decirnos que hizo algunos intentos de modificar la ordenanza que había recibido y para la que se había preparado. Comprende en un instante que H' no puede exigirle ningún sacrificio humano. Que H' no quiere la muerte de una persona, ni siquiera para darle vida a otro. Que rechaza también que un ser humano muera para salvar a la humanidad, tal como lo proclaman otros pueblos, con fe y con orgullo. No es ese nuestro pensamiento. Esa tradición nos es totalmente ajena y que bueno que sea así.

Aprobar la muerte de una persona, por cualquier causa, no forma parte de nuestra cultura. Ahora está claro que Abraham teme a H'. Ha oído la orden de detenerse.
En una sociedad filicida como la que nos encontramos, es difícil aceptar, que después de la gran prueba por la que pasó Abraham exitosamente, acepte detener su mano a tiempo y ofrece gustosamente un sucedáneo.
Lo que nos brinda el mensaje de la akedá, es que no queremos ni debemos aceptar la muerte y que así lo quiso expresar D-os a través del sumiso acto de la atadura de Itzjak, quien se sometió a la prueba pese a que también conocía el principio que nos trae la guemará en Sanedrín 72 a de "a quien intenta asesinarte, levántate y mátalo".
Para entender mejor el concepto podemos mencionar lo que dice Abraham Ibn Ezra, que de las palabras "D-os puso a prueba", deduce que lo que H' deseaba era sólo la prueba y no el resultado de la misma. Comprobar la reacción de Abraham a su pedido, pero no llevarlo a la consumación del acto.
En nuestra época, muchos oyen a los dioses que les dicen que sus hijos deben ser mártires – shahidim- en las guerras santas y padres y madres se enorgullecen cuando lo logran.

El amor de padres y madres en la cultura judía, destaca y acentúa, la continuidad a partir de la vida. D-os no quería la muerte de Itzjak, no la necesitaba, lo que quería es que nosotros como Abraham podamos escuchar la contraorden y hacerla norma.
Para que de Abraham surja "una grande y poderosa nación, y serán benditas por medio de él todas las naciones de la tierra. Porque le conocí y sé que ordenará a sus hijos y a su casa después de él, a fin de que guarden el camino H' para hacer caridad y justicia; (Bereshit 18: 18-19), se necesitaba de vida. Esa vida que Itzjak ganó como derecho en su nacimiento y que Abraham, felizmente, pudo respetar.

Shabat shalom desde Sión