Rabino Yerahmiel Barylka
“Cuando salieres a la guerra contra tus enemigos, y H' tu D-os los entregare en tu mano, y tomares de ellos cautivos, y vieres entre los cautivos a alguna mujer hermosa, y la codiciares, y la tomares para ti por mujer, la meterás en tu casa; y ella rapará su cabeza, y cortará sus uñas, y se quitará el vestido de su cautiverio, y se quedará en tu casa; y llorará a su padre y a su madre un mes entero; y después podrás llegarte a ella, y tú serás su marido, y ella será tu mujer. Y si no te agradare, la dejarás en libertad; no la venderás por dinero, ni la tratarás como esclava, por cuanto la humillaste"
Devarim 21:10-14)
Devarim 21:10-14)
La lectura semanal de esta semana contiene nada menos que el 12% de las 613 mitzvot de toda la Torá. Un montículo de mitzvot, enumeradas en su mayoría en forma muy breve. Ello invitó a nuestros sabios a buscar la relación que existe entre todas las mitzvot enumeradas y una de las conclusiones más evidentes, aunque no recibida unánimemente como correcta, pareciera ser que la mayoría de ellas trata acerca de preceptos referidos a las personas respecto a sus familias y sus hogares. Muchas de las normas humanitarias relacionadas con la defensa de los integrantes más débiles de la sociedad enumerados en el texto, recién recibieron sanción legislativa en las naciones en los últimos 200 años.
Los versículos citados en el prólogo de este comentario nos describen las limitaciones y restricciones en la conducta de los soldados hacia la mujer, durante la guerra, medidas que no son aplicables en su letra, en nuestros días. No se podía tener relaciones con una mujer cautiva, sino después que ella elaborara el duelo por la pérdida de su familia –que bien pudo haber muerto en la batalla-, probablemente por la acción de quien desea tomarla como esposa. Debía esperar sin tocarla, mientras se rasuraba la cabeza, desarreglaba sus uñas afeando sus manos, para alejarla de su deseo. Todo ello para provocar que el soldado en el fragor de la batalla aparte sus ojos del deseo de la posesión de un ser humano y mantener la imagen divina. La Torá desea evitar la violación de las mujeres capturadas, conducta que continúa en nuestros días, también entre las fuerzas armadas de países civilizados, y no es menester dar ejemplos por todos conocidos.
Esa actitud de la soldadesca es descrita incluso por la profetiza Débora, mujer al fin cuando dice en Jueces 5:30 "¿No han hallado botín, y lo están repartiendo? A cada uno una doncella, o dos; las vestiduras de colores para Sísra, las vestiduras bordadas de colores; la ropa de color bordada de ambos lados, para los jefes de los que tomaron el botín". El texto revelador, pese a su belleza y en hebreo lo es más aún, no deja de ser horripilante. No menos ilustrativa es esta cita de Tehilim 45: 10-16: "¡Oye, hija, mira e inclina tu oído! olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y deseará el rey tu hermosura. Inclínate delante de él, porque él es tu señor. Y las hijas de Tiro vendrán con presentes; implorarán tu favor los ricos del pueblo. Toda gloriosa es la hija del rey en su morada; de brocado de oro es su vestido. Con vestidos bordados será llevada al rey; vírgenes irán en pos de ella, sus compañeras serán traídas a ti. Serán traídas con alegría y gozo; entrarán en el palacio del rey. En lugar de tus padres serán tus hijos, a quienes harás príncipes en toda la tierra." Texto que hace referencia a monarcas justos, pero que no deja de aterrarnos por su significado, ya que a sus aposentos eran conducidas las mujeres cautivas más bellas.
El versículo "toda gloriosa es la hija del rey en su morada", se convirtió paradójicamente en el significante más importante del recado en el pueblo de Israel, una vez que se quitara de su contexto. Frase que en nuestra época se reinterpreta para darle significado y abrirle el espacio a la mujer observante que desea descollar en su trabajo y en su aporte también fuera de su casa, buscando una combinación –posible por cierto- entre circunspección y acción social y laboral.
Regresemos nuevamente a nuestra parashá y al comentario que hiciéramos sobre los límites a los derechos de los monarcas, los gobiernos y las autoridades en la parashá Shoftim de la semana pasada. Ninguna norma del derecho internacional podría dictarse hoy día con las limitaciones que la Torá expuso en el tratamiento de mujeres cautivas, sin embargo, las mismas no pierden ni un ápice en la misericordia que nos desean enseñar, como en la necesidad de poder inculcar frenos en la conducta de quienes se sienten dueños de la vida y del destino del otro.
Cuando Marco Tulio Cicerón, el político, filósofo, escritor y orador romano, enunciaba que "durante las guerras se enmudecen las normas", planteaba una realidad con la que la Torá no podía comulgar. Para él, la guerra era un paréntesis en la vida normativa. Para nosotros no hay excepción a la Ley, por ello, surgen las normas de la guerra.
El mismo profeta Mijá que nos dice (en 4:13) "¡Levántate y trilla, hija de Sión! Porque haré tu cuerno como de hierro, y tus uñas, de bronce: desmenuzarás a muchos pueblos y consagrarás a H' su botín, y sus riquezas, al Señor de toda la tierra", es el que en el principio del mismo capítulo (3), nos afirma: "Él juzgará entre muchos pueblos y corregirá a naciones poderosas y lejanas. Ellos convertirán sus espadas en azadones y sus lanzas en hoces. Ninguna nación alzará la espada contra otra nación ni se preparará más para la guerra." Y no hay contradicción.
En las guerras que estamos obligados a emprender debemos luchar para defendernos y ganarlas, pero, durante la lucha no podemos ni debemos perder el sentido de la normatividad.
Israel aún está en guerra. Nuestros soldados deben enfrentarse cotidianamente con sus propios instintos exacerbados en la lucha, alterados por la muerte y las heridas de sus propios compañeros y de sus adversarios y por las normas de los enemigos que no respetan ley ni convención internacional, y sin embargo deben actuar según los principios judíos.
Los soldados en el frente saben lo que les sucedería si cayeran en cautiverio en manos del Hamas o del Hizballah como antes también de los egipcios, los jordanos, los sirios o el Fatah. Pueden imaginarse sin mucho esfuerzo el destino que podría tener una hija o una hermana si fueran hechas cautivas, y sin embargo deben luchar aplicando la ética de la guerra y si no lo hicieren serían castigados.
Falta aún para el cumplimiento de las profecías de Mijá, pero, no es tarde para cumplir con el espíritu de las normas de las dos últimas parashiot.
Shabat Shalom, desde Sión,
Los versículos citados en el prólogo de este comentario nos describen las limitaciones y restricciones en la conducta de los soldados hacia la mujer, durante la guerra, medidas que no son aplicables en su letra, en nuestros días. No se podía tener relaciones con una mujer cautiva, sino después que ella elaborara el duelo por la pérdida de su familia –que bien pudo haber muerto en la batalla-, probablemente por la acción de quien desea tomarla como esposa. Debía esperar sin tocarla, mientras se rasuraba la cabeza, desarreglaba sus uñas afeando sus manos, para alejarla de su deseo. Todo ello para provocar que el soldado en el fragor de la batalla aparte sus ojos del deseo de la posesión de un ser humano y mantener la imagen divina. La Torá desea evitar la violación de las mujeres capturadas, conducta que continúa en nuestros días, también entre las fuerzas armadas de países civilizados, y no es menester dar ejemplos por todos conocidos.
Esa actitud de la soldadesca es descrita incluso por la profetiza Débora, mujer al fin cuando dice en Jueces 5:30 "¿No han hallado botín, y lo están repartiendo? A cada uno una doncella, o dos; las vestiduras de colores para Sísra, las vestiduras bordadas de colores; la ropa de color bordada de ambos lados, para los jefes de los que tomaron el botín". El texto revelador, pese a su belleza y en hebreo lo es más aún, no deja de ser horripilante. No menos ilustrativa es esta cita de Tehilim 45: 10-16: "¡Oye, hija, mira e inclina tu oído! olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y deseará el rey tu hermosura. Inclínate delante de él, porque él es tu señor. Y las hijas de Tiro vendrán con presentes; implorarán tu favor los ricos del pueblo. Toda gloriosa es la hija del rey en su morada; de brocado de oro es su vestido. Con vestidos bordados será llevada al rey; vírgenes irán en pos de ella, sus compañeras serán traídas a ti. Serán traídas con alegría y gozo; entrarán en el palacio del rey. En lugar de tus padres serán tus hijos, a quienes harás príncipes en toda la tierra." Texto que hace referencia a monarcas justos, pero que no deja de aterrarnos por su significado, ya que a sus aposentos eran conducidas las mujeres cautivas más bellas.
El versículo "toda gloriosa es la hija del rey en su morada", se convirtió paradójicamente en el significante más importante del recado en el pueblo de Israel, una vez que se quitara de su contexto. Frase que en nuestra época se reinterpreta para darle significado y abrirle el espacio a la mujer observante que desea descollar en su trabajo y en su aporte también fuera de su casa, buscando una combinación –posible por cierto- entre circunspección y acción social y laboral.
Regresemos nuevamente a nuestra parashá y al comentario que hiciéramos sobre los límites a los derechos de los monarcas, los gobiernos y las autoridades en la parashá Shoftim de la semana pasada. Ninguna norma del derecho internacional podría dictarse hoy día con las limitaciones que la Torá expuso en el tratamiento de mujeres cautivas, sin embargo, las mismas no pierden ni un ápice en la misericordia que nos desean enseñar, como en la necesidad de poder inculcar frenos en la conducta de quienes se sienten dueños de la vida y del destino del otro.
Cuando Marco Tulio Cicerón, el político, filósofo, escritor y orador romano, enunciaba que "durante las guerras se enmudecen las normas", planteaba una realidad con la que la Torá no podía comulgar. Para él, la guerra era un paréntesis en la vida normativa. Para nosotros no hay excepción a la Ley, por ello, surgen las normas de la guerra.
El mismo profeta Mijá que nos dice (en 4:13) "¡Levántate y trilla, hija de Sión! Porque haré tu cuerno como de hierro, y tus uñas, de bronce: desmenuzarás a muchos pueblos y consagrarás a H' su botín, y sus riquezas, al Señor de toda la tierra", es el que en el principio del mismo capítulo (3), nos afirma: "Él juzgará entre muchos pueblos y corregirá a naciones poderosas y lejanas. Ellos convertirán sus espadas en azadones y sus lanzas en hoces. Ninguna nación alzará la espada contra otra nación ni se preparará más para la guerra." Y no hay contradicción.
En las guerras que estamos obligados a emprender debemos luchar para defendernos y ganarlas, pero, durante la lucha no podemos ni debemos perder el sentido de la normatividad.
Israel aún está en guerra. Nuestros soldados deben enfrentarse cotidianamente con sus propios instintos exacerbados en la lucha, alterados por la muerte y las heridas de sus propios compañeros y de sus adversarios y por las normas de los enemigos que no respetan ley ni convención internacional, y sin embargo deben actuar según los principios judíos.
Los soldados en el frente saben lo que les sucedería si cayeran en cautiverio en manos del Hamas o del Hizballah como antes también de los egipcios, los jordanos, los sirios o el Fatah. Pueden imaginarse sin mucho esfuerzo el destino que podría tener una hija o una hermana si fueran hechas cautivas, y sin embargo deben luchar aplicando la ética de la guerra y si no lo hicieren serían castigados.
Falta aún para el cumplimiento de las profecías de Mijá, pero, no es tarde para cumplir con el espíritu de las normas de las dos últimas parashiot.
Shabat Shalom, desde Sión,